miércoles, 11 de febrero de 2009





“Blindfold / Blind alley”

Javier Roz, artista autodidacta nacido en Plasencia, (Cáceres) en 1975, presenta una nueva serie de trabajos fruto del interés del autor por provocar y sugerir nuevos planteamientos en torno a los grandes dilemas del ser humano.
En este caso Javier Roz nos propone, a través de un personaje decididamente anónimo (si bien adopta notables similitudes físicas con el autor), una serie de cuestiones relacionadas con el individuo y la vinculación sensitiva y cognitiva consigo mismo y con su entorno. Su procedimiento es de carácter multidisciplinar y adopta forma de proyectos específicos que desarrollan o amplían uno o varios conceptos interrelacionando matices y sugiriendo nuevas interpretaciones que se abordan a través de un lenguaje ahora decididamente más figurativo. El autor, en este su nuevo proyecto, trata el tema de la ceguera desde un punto de vista extrasensorial, lo cual le da pie para desarrollar aspectos de fundamental trascendencia como el conocimiento de uno mismo (actitudes de ensimismamiento), el acto de prescindir de una realidad que implique dolor o sufrimiento (el personaje se venda o se tapa los ojos), la imperfección o los limites de nuestra capacidad sensitiva (impedimentos para poder controlar todo el campo visual) o el propio acto creativo, (actitudes de búsqueda a través del error, de la inseguridad o del vacío).
Las técnicas empleadas en sus obras denotan una interesante relación con los temas abordados y son de gran variedad. Para la exposición “blindfold / blind alley” presenta por primera vez una serie de fotografías sin intervención pictórica. Es importante hacer mención de esta nueva disciplina que se suma ahora de una manera ortodoxa al quehacer del artista ya que con anterioridad se combinaba con otras técnicas (dibujo, pintura o grabado) dando como resultado obras mixtas. En lienzos previamente preparados, la fotografía emulsionaba como base para en sucesivos estratos combinarla, tachando o reforzando los trazos con carboncillos, óleos o pasteles. En sus series de dibujos, la fotografía se presentaba a modo de collages en los que se diseccionaban fragmentos fotográficos de eventos históricos relacionados con el arte, o bien se adherían fotografías del propio autor en transparencias que jugaban con el resto de intervenciones gráficas.
Si en los dibujos y pinturas pertenecientes a esta nueva serie esta amalgama se va diluyendo a favor de una mayor pureza y limpieza estilística, en sus grabados continúa la fotografía estando presente. Desde el 2004 sus estampas gozan de una nueva concepción gráfica donde las técnicas tradicionales de grabado se enriquecen con fragmentos revelados en papel fotográfico o acetato transparente y con veloces intervenciones manuales que rompen los límites de la mordida. Temáticamente se muestran inseparables del proyecto al que son contemporáneos constituyendo interesantes matizaciones con respecto al tema central de los proyectos en los que se encuadran. Sería oportuno mencionar la interconexión existente entre unas series y otras, dado que todas ellas poseen en común esa invitación a la reflexión, a la autocrítica, a sugerir nuevas lecturas posibles de las cosas, por muy evidentes que puedan parecer.
Para este proyecto presenta el artista un nuevo video “blindfold / blind alley”, que pasa por ser el cuarto de su carrera así como una decena de papeles de cuidada factura y rotunda limpieza. La pieza central de la exposición, “ramificaciones”, una pintura de grandes dimensiones tiene un depurado compendio de los temas señeros abordados en seis lienzos estructurados en forma de viñetas.



EL AUTOCONOCIMIENTO.

Los rincones existen, dentro y fuera de nosotros. Los hay bien iluminados, incluso camuflados con objetos decorativos, utilitarios. Pueden ser el lugar preferido de algún relajado gato que retoza viendo trabajar al artista. A veces da la sensación que los rincones de fuera son inabarcables, y que más bien desarrollamos nuestras vidas en un minúsculo rincón del universo. Más compleja debiera ser la relación con nuestros propios rincones, esos que a veces se encuentran tras escabrosos pasillos llenos de desconcertantes espejos. De repente un ruido, una dativa llamada desde el exterior nos impide seguir ensimismados. Es casi imposible ensimismarse en los tiempos que corren.
Insistentes toques de atención desde el exterior nos impiden dedicar tiempo a nosotros mismos, como individuos diferentes, como seres conscientes de su existir y de su fluir, de nuestra naturaleza orgánica y de nuestra naturaleza utópica, reflexiva; también de nuestra naturaleza animal, de nuestro instinto de supervivencia. La vida hoy día, no tiene cabida para el gran lujo del poder viajar por nuestro interior. Cuesta mucho “perder el tiempo” en estas cuestiones.
El artista evoca esa necesidad de conocernos, de descubrirnos, de desentrañar la oscuridad, representada siempre con el color negro, el primer color, el más elegante, la suma de todos. El negro representa lo intangible, el desconocimiento; así debiéramos interpretarlo en la obra de Javier Roz. Barreras de un negro alquitranado, inciertas dimensiones de nuestro discurrir. El negro también existe en nosotros, tal y como sugieren alguna de las obras que componen el conjunto “catálogo”, seis dípticos fotográficos de reducidas dimensiones que parecen evocar las diferentes posibilidades de enfrentarse con la acción visual, entendida ésta como cualquier manera de conocimiento. La conclusión nos la da la sexta y última de esta serie. El díptico, que en la quinta anterior representaba a un personaje con limitaciones visuales, se torna en un matizado color negro y evoca una emulsión fotográfica velada, que nos guía hacia la desestabilización de lo que vemos, tanto hacia fuera como hacia nuestro interior. Y como si en un esquemático guión nos sumiéramos, podríamos empezar a trazar flechas de un lado a otro del conjunto del proyecto: un libro con las hojas en negro “ramificaciones”; un muro negro bloqueando un camino “blind alley I”; la manos señalan una boca abierta en la que solo vemos el negro “ramificaciones”; o las gafas de color negro que ocultan la mirada perdida de los ciegos “after bruegel”. ¿Y como olvidar esos reiterativos apagones en el video “blindfold / blind alley”?: inquietantes segundos en los que el negro de la pantalla hace que se rompa el hilo argumental, el fluir de unas imágenes de enorme contenido evocador que se ven truncadas de manera repentina e intermitente. Destellos de vacío absoluto, de desconcertante silencio que más que separar capítulos, nos plantea diatribas entre la necesidad de conocer y la de autoconocerse (el autor le brinda al espectador la posibilidad de pensar sobre lo que ha visto inmediatamente después de verlo).

BLINDFOLD. Vendarse los ojos

Andar con los ojos vendados no es nada recomendable, pero es evidente que el conocimiento sobre lo que sucede en nuestro alrededor nos puede llevar, aprehensivamente, hacia esta detestable actitud. Llevarse las manos a los ojos y privarnos de nuestra facultad de ver también es un acto profundamente simbólico. Cerrar los ojos a veces no es suficiente, debemos añadir una barrera real, algo que impida que de manera refleja, parpadeemos. El terror, el no querer enfrentarse al miedo, a una amenaza e ignorarla de esta manera tan ingenua es algo muy característico de algunas especies del genero animal, pero también forma parte de ciertos juegos infantiles, incluso de los más crueles ritos de tortura y ejecución ideados por la humanidad. De hecho no es nuevo este gesto evocador en la trayectoria del artista. Obras como doblez (2004), o memoria-palabra-presencia (2003), así lo atestiguan. En el nuevo proyecto, el acto de vendarse los ojos cobra una importancia nominal y se desarrolla hasta ámbitos de gran amplitud. En el video “blindfold / blind alley” (2006), que pasa por ser una sucesión en coordenadas espacio-temporales de todo el proyecto, una voz en off, la del propio artista, acompasa e instruye nuestro recorrido por unas imágenes que evocan una cierta desilusión por alcanzar algo imposible, el poder llegar a desentrañar la esencia de las cosas, de nuestro acontecer, y de lo que acontece. Es significativo el fragmento en el que a través de un cuidado ceremonial, aparece el personaje procediendo a vendarse los ojos con una tela de color negro. La misma tela negra que nos dispone a nosotros cuando de repente la pantalla disipa la imagen en esos reiterativos e incómodos segundos en los que la pantalla torna en negro.
Podremos comprender hasta que punto es determinante este acto del vendaje cuando en sus series de dibujos “correción postural” y “after Bruegel” el autor práctica lo que él mismo denomina el “dibujo ciego” es decir mirar el modelo y no el papel dando lugar a una variación de escala, a un trazo más suave y sinuoso, y a una superposición de elementos que dan muestra de la implicación conceptual que tiene la preferencia de una u otra técnica en sus trabajos. Es por lo tanto un dibujo concienzudo conviviendo con otro realizado a ciegas que nos enseña la preferencia del artista por mostrar simultáneamente certeza e intuición, decantándose así por la multiplicidad y la indefinición.


BLIND ALLEY. Callejón sin salida.

Entendamos la visión como un sinónimo del conocimiento. La ceguera es pues una imposibilidad para conocer, un impedimento que nos lleva a andar palpando con los dedos y la punta de los pies. En “blind alley II”, alguien con la facultad de ver, aunque siempre con alguna merma visual, nos guía por caprichosas vías cada vez más silenciosas. Pero llega un punto en que ese guía se muestra torpe, su vista torna en fatal miopía, y topamos con un callejón donde el aire se para. De nuevo ese olor a alquitrán. El negro se intuye. Es una decepcionante calle cortada. Una sutil manera de sugerir nuestra auténtica torpeza a la hora de conocer, entender y orientar nuestras vidas. Ni siquiera serviría el más alto vértice del triángulo de Kandinsky. Ni siquiera es suficiente esa privilegiada atalaya para llegar a lo que el propio artista define como la imposibilidad de conocer “hasta el límite”. “blind alley I” ilustra ese enfrentamiento con la utópica necesidad de plantearnos hasta donde podemos llegar y hasta donde quisiéramos ver. En esta misma órbita temática se nos muestra el tríptico fotográfico “workplace”: dudamos la posibilidad de franquear ese callejón. ¿se puede romper esa frontera? O tras ella surgirá otra más que nos llevará al retroceso? Un martillo, símbolo de la destrucción se emparenta con un lápiz, instrumento creativo por antonomasia. El blanco y negro empleado en estas fotografías refuerza esa idea binómica y dualista que está presente en todo su trabajo.
La idea de callejón también alberga cierta relación con el aislamiento y la incomunicación, sobre todo cuando nos enfrentamos a la imposibilidad de salir de una habitación como en “movimientos erráticos”. La puerta sellada, las ventanas cegadas y unas sígnicas indicaciones de sus infructuosos recorridos por el espacio bloqueado de la habitación. En este tema, el autor se aproxima al legado de Samuel Beckett, autor paradigmático tanto conceptual como estilísticamente para Javier Roz, que extrapola su posicionamiento a la esfera de lo plástico, adoptando muy a menudo un gusto por la aridez estilística, por la desnudez conceptual y por la concreción.

CORRECCIONES E IMPEDIMENTOS.

En el compendio que el artista realiza sobre las viejas sombras de la caverna de Platón, merece especial mención los temas relacionados con el acercamiento fragmentario, limitado e impreciso hacia la verdad. Hicimos referencia con anterioridad a la obra “catálogo” un muestrario acerca de las limitaciones sobre el conocimiento. La fragilidad de nuestro saber, de nuestros sentidos es representado por unos objetos que impiden el completo dominio de nuestro campo visual. Son de gran simbolismo la imagen del cojín atado al rostro, que impide la visión pero, a la vez amortigua los posibles golpes; también la que aparece nuestro personaje portando unas extrañas anteojeras propias de los animales de tiro, que impiden la visión lateral, probablemente sugiriendo que lo más cercano pasa por ser a menudo lo menos posible de conocer debido a los prejuicios. Más centrados en esta temática son “corrección postural I y II”: unos incómodos collarines al cuello, obligan al personaje a plantearse la vida de manera material o espiritual. Lo paradójico, de nuevo, es que da la sensación de que se podrían fácilmente liberar de esos martirizantes utensilios que los oprimen e imposibilitan.
La naturaleza también le sirve al autor para ejemplificar la fragilidad de nuestro conocimiento. En este sentido podremos apreciar una nueva dualidad extrema relacionada con el mundo natural. En primer lugar lo brumoso en movimiento, una cortina de incertidumbre que borra, que torna en blanco e indeterminado el nexo entre el cielo, la tierra y el mar. Vértigo al ignorar donde pisas. Ese pasaje de niebla a gran velocidad ocultándolo todo que se puede ver en el video “blindfold / blind alley” es también reconocible en toda su obra pictórica, en la actual y en la pretérita. De hecho a la hora de analizar sus pinturas primero apreciaremos una escasa presencia del color. Pero son pinturas que se han ejecutado aplicando sucesivas capas de color, desde los más oscuros hasta los más claros, produciendo como resultado final un predominio de tonos grisáceos muy suaves que evocan esa misma idea de nebulosa. Esa “niebla” sugerida en sus pinturas hace que el dibujo se superponga al color, resalte aún más y quede a la vez en cierto modo descontextualizado, despojado de una localización precisa, con lo que se refuerza la idea central del proyecto.
La luz excesiva también puede conllevar la imposibilidad para ver. El personaje varado junto a su camino, con su camisa blanca fundiéndose con la línea de horizonte de ese desértico paraje que aparece en otro fragmento del vídeo, no puede evitar ser deslumbrado por la luz. Debe proteger su vista, dispone su mano como visera y se torna de nuevo en un cegado. Paradoja que nos puede plantear que la obstinación o la clarividencia tampoco nos libran de la ignorancia.

AFTER BRUEGEL.

Merecería una mención aparte recorrer la historia del arte y de la humanidad para analizar como se ha abordado el tema de la ceguera a lo largo del tiempo. Debiera ser un recorrido riguroso que no me siento capaz de realizar. Debido a ello recurriré a las palabras que Juan Bosco Díaz-Urmeneta publicó recientemente para referirse al trabajo más reciente de este autor:
“[...] La ceguera, como imagen, recorre las épocas tomando diversos valores. Para los griegos fue signo de sabiduría: el ciego, Tiresias, es paradójicamente el vidente. En la tradición judeocristiana, el valor de la ceguera es casi el opuesto: el ciego es el insensible que no entiende, no ve, los signos del tiempo nuevo. En el Renacimiento la ceguera es signo del amante. Giordano Bruno otorga este estatuto al místico, al sabio que logra desasirse de los vínculos de la naturaleza: entra en un mundo difícil pero lo guiará un dios, el amor, “que los que nada ven lo llaman ciego”.
Este cruce de tradiciones reaparece en las reflexiones de Marcel Duchamp. Una de las revistas que publica con Picabia se titula el ciego (the blind man), una cabecera paradójica para una revista de arte, a menos que, como Duchamp, se piense que el arte tiene más relación con el pensamiento que con la vista. En su obra, entre enigmática e irónica, el gran vidrio, resucita la relación entre amor y ceguera, sugiriendo que la visión calculadora de la vida cotidiana es mero narcisismo pero permanecemos en ella por miedo: tememos a la pasión.
La obra de Roz entra en estas tradiciones sin llegar a alojarse en ninguna. Toma en uno de sus dibujos un fragmento de la parábola de los ciegos de Bruegel, y el personaje que crea en el políptico, las fotografías y el video, el misterio, a veces no ve por que aparta la mirada, como los solteros de Duchamp. Pero la reflexión de Roz se extiende a otras cuestiones: a la ceguera motivada por una voluntad de introspección, las que lo son por exceso de claridad y las producidas por que no merece la pena ver cuanto tenemos ante los ojos. [...]”[1]

Sirvan estas palabras como colofón para un posible e impreciso recorrido por la obra de un autor concienzudamente cegado por el deseo de provocar emociones que surgen en la obra y se disipan en el alma de quien las contempla.



Julio Criado Moreno.

[1] “JAVIER ROZ BLIND FOLD BLIND ALLEY” , JUAN BOSCO DÍAZ DE URMENTA; Diario de Sevilla, 4 Enero 2007; pp. 44.

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