miércoles, 11 de febrero de 2009

Desaparecer Javier Roz
La obra de arte, tanto si se trata de un objeto elaborado o una intervención sobre paredes, piedras o en la naturaleza, ha sido siempre un constructo ético-estético que ha tratado de incidir en la vida del Hombre, de narrar asuntos que le interesen por una u otra razón. Félix Duque, en su trabajo “Arte público y espacio político”[1] reflexiona profundamente sobre este tema y comenta como las catedrales medievales, por ejemplo, son verdaderos monumentos de “arte público”, donde la gente no solo acudía en los momentos más importantes de su vida, sino que en ellos se veía reflejada y lo mismo ocurre con las obras de otros momentos de la Historia, fundamentalmente hasta que se produjo ese divorcio terrible entre creación y pueblo, divorcio cuyas causas todos sufrimos. Pero como digo el arte nace para establecer relaciones con el Hombre y desde el Hombre, para incidir (y aclarar) sobre los temas que más le pueden interesar.Muchas veces el autor elabora con su narración un lenguaje comunal o construye un objeto o una obra capaz de abarcar todos los sentidos y todos los tiempos, una obra que es capaz de atravesar la Historia y mantener su sentido y su lectura vigente. Nos encontramos con esas obras que tienen una capacidad narrativa extraordinaria. No siempre se consigue esto, pero cada uno se esfuerza por conseguirlo. En ocasiones busca un personaje, por ejemplo, un protagonista y lo desposee de todo aquello que lo individualiza, para hacerlo, como digo, comunal y en el que todos nos podamos ver reflejados. Este protagonista se hace intérprete de nuestros anhelos, deseos y problemas. Solo así la obra funciona correctamente, sin caer en particularismos ni en discursos pacatos.
Es cierto que el arte está cambiando en los últimos tiempos, los autores buscan cada día más una implicación con el mundo que les rodea. Nicolas Bourriaud[2] así lo confirma en su Estética relacional y Donald Kuspit lo explica con unas palabras que no me resisto a reproducir: “Hasta hace poco, el objetivo primordial de las artes plásticas era la producción de imágenes materiales, y el código inmaterial que guiaba el proceso creativo desempañaba un papel secundario y a menudo inconsciente, ahora, en cambio, la creación del código (o, en términos generales, del concepto) se ha convertido en la actividad esencial. La imagen ya no existe por derecho propio, su función es sacar a la luz el código invisible sin parar mientes en el medio material empleado”[3]. Es decir, que cada día es más importante lo que decimos, cómo incide esto en nuestro entorno y cómo se surte de él, que cómo o con qué medios lo decimos, o al menos así debería de ser.
También investiga sobre esto, aunque con particularidades propias, Paul Ardenne en su libro Un arte contextual. Creación artística en el medio urbano, en situación, de intervención, de participación[1]. Ardenne, más que relacional se refiere a “contextual”, al tratar de aquella forma de creación elaborada en y desde un contexto determinado.
El trabajo de Javier Roz, desde el principio de su trayectoria, realiza una serie de narraciones sobre el Hombre contemporáneo, indagando sobre sus problemas, sus preocupaciones. Para ello busca un personaje capaz de asumir todos los puntos de vista, todas las preocupaciones. Creó el hombre H, sin cara, anónimo, que elimina cualquier posible individualización y hace que su obra refiera de un hombre universal, extendiendo la narración a todo el género humano. Los temas/problemas sobre los que reflexiona Javier Roz son temas/problemas de toda la Humanidad, y tal vez por eso atemporales. El deseo de saber más cosas, de interrogar e interrogarse, de preguntar sobre cuestiones fundamentales de la vida. Pero él pronto descubre que lo terrible no es ya obtener respuestas, mucho peor, mucho más “difícil es hacer las preguntas”, qué debemos preguntar, sobre qué cosas y especialmente a quién hacer esas preguntas cuando se está aislado. La soledad, el aislamiento, la falta de comunicación, la imposibilidad, como digo, de hacer preguntas sobre temas fundamentales es algo que nos afecta a todos. Paradójicamente esto se da más y de manera más generalizada en nuestra época, una época en la que la globalización y la ciber-comunicación nos tiene más conectados, pero que en realidad más nos aísla. Puede parecer que la ciber-comunicación nos mantiene al tanto de todo y en contacto con todo, pero las posibilidades de la técnica nos aísla cada vez más. Ya no necesitamos salir a la calle para hablar con nuestros amigos y familiares (incluso para verlos a través de las ciber-cámaras), ni tan siquiera para hacer nuestras compras. Tan fuerte es el aislamiento a que nos somete la técnica, que podríamos desaparecer sin que nadie lo advirtiera. La información que damos de nosotros mismos nos podría hacer similares a esas estrellas que brillan incluso cientos de años después de haber dejado de existir. Estamos pero ya no somos, hasta que alguien descubre el “engaño” y se da cuenta de que hemos desaparecido, pero no saben donde, se especula con las causas, pero nadie sabe cuando ni como. En la prensa leemos el caso de mucha gente que ha muerto en la más absoluta soledad, incluso vecinos nuestros, y que solo tiempo después descubren su muerte, su desaparición. Luego vienen las especulaciones, las declaraciones sobre la vida que llevaba, sobre la última vez que le vieron salir, sobre sus gustos, sobre sus “rarezas”, pero nadie acierta a explicar cómo ha sido. Incluso no hace falta dejar de existir para desaparecer. En las grandes ciudades son muchos los ciudadanos anónimos con los que nos cruzamos día a día, incluso en nuestro trabajo podemos estar sentados horas al lado de una persona de la que nada sabemos. Para todos los efectos, esa es una persona anónima, si cara, sin personalidad, es el hombre H.
En la obra de Javier Roz es el hombre solo el que se enfrenta a su propia soledad, en el aislamiento de la habitación vacía, sin nadie a quien acudir, a quien consultar, a quien quejarse. Aunque sea el propio autor quien aparece en el video, oculta su rostro para extender su mensaje, como digo, a todo el Género. Muchos autores hacen este tipo de trabajo que resulta autorreferencial, especialmente en el video arte, aunque no sea así forzosamente en el caso de Roz. Como explica Rosalind Krauss, “esta autorreferencialidad es, por otra parte, algo que enlaza muy bien con el video como soporte técnico –y no solo técnico- de la obra”[4]. Estas son “las preocupaciones del autor: la incomunicación, la imposibilidad de conocer la esencia de las cosas, al menos de manera racional, lo absurdo del conocimiento para los asuntos verdaderamente fundamentales para el hombre”. Esta incapacidad para ver, es decir para conocer, se pone de manifiesto obras suyas como Lo difícil es hacer las preguntas (2004). Son las cuestiones constantes en su trabajo, “preguntas que no son de índole banal o frívola, sino que se supone están relacionadas con aquellas cuestiones más o menos trascendentales que afectan al hombre, cuestiones de naturaleza estética, metafísica, científica o espiritual, es decir, cuestiones tales como la naturaleza del arte y la esencia del acto creador, preguntas acerca del sentido de la vida, de la posibilidad del conocimiento o de la existencia del más allá”. Para poner de manifiesto estas preocupaciones Roz utiliza recursos propios del Arte de todos los tiempos, especialmente de la Metáfora y la Ironía (hay una obra suya de 2003 sobre esto: La inercia de la ironía). La Metáfora para elaborar esas narraciones enlazándolas con otros temas o representaciones que nos hagan más fácil su comprensión (ahora nosotros si que podemos hacer las preguntas, al menos a la propia obra) y la ironía para lanzar los mensajes, para tratar de no herir, de no singularizar (por ello el hombre H). Ironía que cada vez se hace más necesaria en el mundo en que vivimos. Ironía presentada como una “estrategia, una distancia, un juego y una burla de todo proceso de interpretación que cortocircuita los hábitos mentales y nos deja sin las pautas de una lectura lineal”[5], al menos de una lectura que satisfaga nuestra curiosidad. Una ironía que, en el caso de Roz, se relaciona directamente con la Paradoja. Con la Metáfora y la Ironía construye los tres ejes de la obra que, como comenta Hospers[6], son fundamentales en toda narración: asunto, representación y significado. Es decir, de aquello que trata: la incomunicación del Hombre que puede llegar a desaparecer sin dejar huella de su existencia; aquello que representa: un hombre particular ante los problemas de su existencia; y su significado: los problemas de la sociedad.
En este mismo orden de cosas, incidiendo en los mismos temas, hay asuntos recurrentes en la obra de Roz como la ceguera, no como merma física sino como imposibilidad de ver, de comprender a los demás, una imposibilidad que nos devuelve al tema del aislamiento, que no siempre es intencionado. Muchas veces es la sociedad la que nos rechaza y aísla por diversas causas, sobre todo por aquello que les parece extraño o simplemente diferente: ser de otro país, de otra cultura, de otro credo o de otra opción sexual. No ven porque quieren ser ciegos, se tapan los ojos como los niños pequeños, que piensan que por que ellos no nos ven ya no estamos.
Este aislamiento, esta incapacidad de conocer las cosas, asunto central de su trabajo, también lo ha realizado por otros medios. Está presente en la obra Estudio para libro negro, en el que el objeto símbolo del conocimiento, es mostrado y a la vez negado. Un libro con las páginas en negro no se puede leer, no transmite nada, no sirve para nada, como nada deja la vida del que no puede saber las cosas, como nada deja la vida del que desaparece sin dejar rastro.
Su obra no es, aun tratándose en muchos casos de video, fundamental o exclusivamente visual, o al menos su tratamiento de la imagen no concede más importancia a ésta que a lo que se comunica, aunque paradójicamente este tratamiento tanto de la imagen como de los “escenarios” está premeditadamente pensada para comunicar el mensaje de su narración. A lo largo de su trayectoria, especialmente desde Lo difícil es hacer las preguntas, intenta desmaterializar la puesta en escena creando lugares vacíos de referencias, como también así lo hace con el personaje. La presencia del hombre H, la ocultación del rostro y su forma de vestir anónima, sin ninguna concesión al detalle así lo manifiesta. En Desaparecer el lugar donde sitúa a los personajes entrevistados del video A es una sala anónimamente blanca y en el video D aparece en muchas ocasiones su rostro que progresivamente se va cubriendo de blanco, hasta su desaparición.La propia obra en su totalidad –Desaparecer- habla de un personaje que desaparece sin dejar rastro. El lugar donde se le vio por última vez es un campo anónimo que podría estar en cualquier sitio y las respuestas de los entrevistados no dan ninguna referencia personal de él, ni nos acercan a comprender realmente los motivos de su desaparición. Después de escuchar las respuestas nos quedamos como al principio, nada sabemos de él.
En la parte opuesta de la propuesta del trabajo de Roz, la sala de las pizarras, el personaje vuelve a desaparecer. El texto escrito en la pizarra –no debo desaparecer en la repetición- nos remite a una cantinela que está a medio camino entre el castigo y la terapia. Has desaparecido y cumplirás el castigo de escribirlo infinitas veces. Es como un castigo de la sociedad a aquel que ha intentado desaparecer sin dejar rastro, no se puede desaparecer así como así. La gente no se va sin decir nada. Tal vez también suene a terapia, para que nunca se le vuelva a ocurrir, para que se integre de nuevo y sin problemas en una sociedad de la información que pretende controlarlo todo. Una sociedad que, como si se tratara de un Gran Hermano permanente, controla nuestros movimientos.
Estos dos espacios funcionan casi como el dorso y el envés y ponen de manifiesto el carácter binómico que está presente en su obra de manera prácticamente constante (es entre otras cosas donde se ve reflejado su gusto por los koans Zen), tanto en obras aisladas como en series o instalaciones. En Desaparecer, el proyecto realizado para el MEIAC, está obviamente presente tanto por la obra como por la división del espacio expositivo en dos mitades exactas, paralelas y a la vez contrapuestas.
Estas características de la obra de Roz –tanto en su planteamiento técnico como teórico- evidencian una serie de influencias, que en algunos casos son más que evidentes. Influencias de Lynch, Bergman, Chris Marker, W.G. Sebald, S. Beckett, el “camera-stylo”, cine antiguo mudo… también por su utilización reiterada del grano, que sitúa a algunas de sus obras a medio camino entre el cine experimental y el documental.
Pero de entre todas estas influencias, como muchas veces ha dicho él mismo, creo que es especialmente importante la de Beckett, tanto a nivel conceptual como práctico, y especialmente en Desaparecer. Hay obras de Beckett, como La última cinta de Krapp, donde los personajes ya no hablan, es una cinta la que reproduce sus voces, como el caso de la voz en of que nos habla desde la pizarra de Roz. Beckett concede una importancia especial al cuerpo del actor y su relación tanto con el texto como con la escena. Incluso llega, en muchas de su obras, como No yo o Rockaby, a la fragmentación y desaparición del cuerpo en escena. La obra dramática de Samuel Beckett implica una problemática que relaciona el cuerpo y los elementos que conciernen a lo corporal con las nociones de desaparición y despojamiento hasta llevar al género teatral a su mínima expresión. Por ejemplo, los personajes de Esperando a Godot se encuentran en un escenario casi sin escenografía, idea y planteamiento que es recogida por Roz en Lo difícil es hacer las preguntas y en otras posteriores como esta que nos ocupa en la exposición del MEIAC. La propia disposición de las obras y la compartimentación del espacio así lo atestiguan. Estamos ante un doble espacio que funciona como opuestos: blanco frente a negro, oscuridad frente a luz, texto frente a imagen, vacío frente a acumulación.
La referencia al hombre H continúa siendo una constante, que subraya su interés por buscar al hombre como Género, eliminando individualizaciones y tendiendo hacia lo que a todos afecta. Hacia una narración comunal, como decía al principio, hacia la construcción de una obra capaz de abarcar todos los sentidos y todos los tiempos, capaz de atravesar la Historia y mantener su sentido y su lectura vigente..
Juan Ramón Barbancho
[1] Duque, Félix. Arte público y espacio político. Ed. Akal. Arte y estética 61. Director Joan Sureda. Madrid. 2001.[2] Bourriaud. N. Estética relacional. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires (Argentina). “Este libro es la teorización de una tendencia de las artes visuales de la década de los noventa. Escrito desde el punto de vista del curador, está dedicado a una vertiente del arte que incluye métodos de intercambio social y de interactividad con el espectador”.[3] Kuspit. D. Arte digital y video arte. Transgrediendo los límites de la representación. Ciclo de conferencias “Sobre arte digital y video arte”, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Febrero-abril de 2006. Pág. 11 y 12.[4] Krauss, Rosalind. Primera generación. Arte e imagen en movimiento (1963-1986). Catálogo de la exposición. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. 7 noviembre 06- 2 abril 07. Krauss habla de una “estética del reconocimiento”, tal vez del reconocimiento de situaciones tanto propias como ajenas y, por tanto, universales.[5] Perezzan, Gabriel. Metáfora e Ironía. Ciclo de conferencias sobre los procesos creativos. Ed. Centro Municipal de las Artes. Ayto. de Alcorcón (Madrid). 2002. Introducción.[6] Beardsley. M y Hospers. J. Estética. Historia y fundamentos. Ed. Cátedra. Colección Teorema. Madrid. 1993. Págs. 119-122.[1] Ardenne, Paul. Un arte contextual. Creación artística en el medio urbano, en situación, de intervención, de participación. Cendeac. Murcia, 2006.



Javier Roz. “Desapariciones”
MEIAC (BADAJOZ)
Septiembre 2008





Persona(s) de paso

[un acercamiento a la obra de Javier Roz
a través de dos películas imprescindibles]






Vladimir: ¡Qué! ¿Nos vamos?
Estragon: Sí, vámonos.

(No se mueven.)1

Samuel Beckett



I
‘Blade Runner’

No para de llover. Insistentemente. Rick Deckard (Harrison Ford), el perseguidor, cuelga de una viga y está a punto de caer al vacío. Justo en el instante que se resbala, su rival, el replicante Roy Batty (Rutger Hauer), le coge del brazo y le salva la vida. Ambos están extenuados. Segundos antes de desaparecer para siempre, el replicante, en un gesto de aquiescencia para la posteridad, mantiene un sentido soliloquio delante de la figura derrotada de su enemigo. Suena Vangelis de fondo.“He visto cosas que vosotros no creeríais... Atacar naves en llamas más allá de Orión…He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser…Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia…Es hora de morir.”
Al expirar, en un poético detalle epilogar, la paloma que tiene atrapada en una mano se le escapa y vuela rauda hacia los cielos al filo del amanecer.

Esta escena de ‘Blade Runner’ (Ridley Scott, 1982), con todo su dramatismo y simbología, no es más que una honda reflexión sobre los designios contradictorios de la existencia humana. Tenemos un tiempo limitado, somos seres caducos que se cuestionan constantemente esa limitación. Desde Plotino hasta Descartes, desde Hume hasta Heidegger. Nos inquietan los porqués, nos abruma la inmensidad de nuestra fragilidad y no somos capaces de entenderla. Lo complicado, lo meritorio, es hacer las preguntas, asomarse al precipicio. ¿De donde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? es el título de un conocido cuadro de Paul Gauguin que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Boston. Cuando Gauguin pintó este óleo -que mide cerca de cuatro metros de largo y es la obra de mayor tamaño que realizó jamás-, se encontraba en estado de shock. Tenía fiebres muy altas, estaba en serios apuros económicos y acababa de recibir la noticia del fallecimiento de su hijo predilecto, Aline. Semi-inconsciente, abatido por las circunstancias, arrumbado en mitad de una isla perdida al sur del Océano Pacífico, a miles de kilómetros de su país de origen, se cuestiona el sentido de la vida. “En 1901 escribió a Morice diciéndole que había realizado el cuadro en poco tiempo movido por un ataque de febril actividad sin recurrir a ningún estudio previo, pintándolo directamente sobre una tosca tela de saco. Una vez terminado, se retiró a las montañas e ingirió arsénico, pero su cuerpo rechazó el veneno y el intento de suicidio fracasó.”2 Al borde de lo inenarrable, cuando creemos estar al final del túnel, cuando no se vislumbran salidas, afloran los cuestionamientos.

Uno de los trabajos más acreditados de Javier Roz (Plasencia, 1975) se titula Lo difícil es hacer las preguntas. Como reza el nombre, lo significante es hallar motivos -que no comprensiones-, que nos ayuden a preservar el deseo de seguir. Las respuestas no son más que fruslerías, antídotos, acomodaciones temporales que se tambalean con la próxima interrogación. A partir de este proyecto de 2004 se hace patente en la obra de Roz la necesidad de contar, de dar forma a la secuenciación de parábolas multidisciplinares que aparecen tocando a rebato en su cabeza. Más que narraciones, son anacolutos. La fotografía, el vídeo, el dibujo, la instalación…Cualquier medio posible es válido para intentar indagar en los bríos y necesidades del hombre, cuestiones eternas que no resuelven nada pero que ayudan a mitigar el desencanto.”En cualquier caso, para mí no hay duda de que el objetivo de cualquier arte que no quiere ser consumido como una mercancía consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. Es decir: explicar al hombre cuál es el motivo y el objetivo de su existencia en nuestro planeta. O quizás no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a ese interrogante.3”
El artista, en su inquietud demiúrgica, crea situaciones distópicas y atemporales; escenarios de pensamiento, lugares oníricos que no son fáciles de desentrañar ni de descubrir. “Somos de la misma sustancia de la que están hechos los sueños4” dice uno de los protagonistas de ‘La tempestad’ de William Shakespeare. “¿Qué es la vida? Un frenesí / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción; / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son5.” Recita compungido Segismundo en ‘La vida es sueño’, una de las piezas más filosóficas de Calderón de la Barca. Al confrontar Destino y Libertad, Calderón sitúa al hombre ante su propia condición humana: la incapacidad de poder cambiar los accidentes que le sobrevienen. Fuerzas desconocidas, determinantes e incontrolables que los latinos denominaban Fatum. Nuestro hado está fijado de antemano, no hay escapatoria. Antígona, la heroína de la tragedia de Sófocles, intenta desobedecer las leyes humanas para que prevalezcan las divinas. Es condenada a muerte. Cuando en el último momento van a liberarla del sepulcro donde ha sido enterrada, la hallan ahorcada. Su destino estaba escrito. No hay escapatoria.
Pensadores como Schopenhauer o Camus negaban el sentido de la vida porque de manera inexorable tenemos que perecer. “Polvo somos y en polvo nos convertiremos6”.Todos tenemos que desaparecer, la mortalidad nos posiciona, nos ciñe a unas circunstancias y unos momentos, a unas personas; ese es nuestro sino, perpetuarnos a través de los demás, encadenarnos generación tras generación. El replicante de ‘Blade Runner’ -un modelo NEXUS 6-, es casi perfecto; consciente de su única limitación busca a su creador para que prolongue su existencia. Quiere vivir más. El doctor Tyrell, escéptico ante las peticiones de su criatura, le da una única respuesta: “Goza tu tiempo”. No hay más. Impotente, asumiendo su final, el ser biónico mata a su hacedor con resignación y tristeza. El conflicto entre creador y ser creado (entre Dios y el Hombre) es una máxima milenaria. Adán y Eva, Prometeo, los Golems de la tradición judía...La creación conlleva responsabilidades que son compromisos definitivos. Víctor Frankenstein se da cuenta tarde que no asumir su obligación con el monstruo que concibe se convierte en una condena implacable y eterna. “No hay naturaleza humana porque no hay Dios para concebirla... El hombre no es otra cosa que lo que él mismo hace de sí7” dice Jean Paul Sartre, desmitificando con ateísmo cualquier explicación sobrenatural que justifique la existencia. Carpe Diem8. Vivir, inevitablemente, es desaparecer.
La obra de Javier Roz se maneja con una particular ortología y gotea, despacio, un permeable existencialismo. Igual que ocurre, en su absurda predisposición, con los dramas de Samuel Beckett. Apenas cuentan algo, huyen de la historia, no quieren relatar nada, lo único que pretenden es motivar situaciones que inciten al pensamiento; inquirir, sin ánimo de resolución, en torno a las preocupaciones del hombre. Como comenta José Jiménez en relación con el literato irlandés, “este escritor solitario e independiente nos proporciona quizás uno de los testimonios más fieles de las frustraciones y fracasos del ser humano en los tiempos modernos.9” Indagaciones desconcertantes, trazadas con insuavidad estilística y conceptual, que reflexionan sobre la indigencia moral de las personas. Tampoco se cuenta nada especial en el ‘Ulises’ de James Joyce y también podemos encontrar en sus presupuestos paralelismos vinculantes con las proposiciones plásticas de Roz. Ambos planteamientos están infinitamente ramificados (obsesivamente repensados e insistentemente pulidos), y se sustentan en la trascendencia de lo insignificante, en una glorificación extraordinaria de lo ordinario. La novela de Joyce es sólo la epopeya de un hombre cualquiera –Leopold Bloom- sumido en un diario irrelevante. Lo particular, convenientemente procesado, acaba siendo universal. La grandeza de la vida se esconde en lo detalles cotidianos, en la continuada ristra de acontecimientos nimios que nos atrapan cada vez que nos levantamos. “De hecho, lo relatado en el ‘Ulises’ es sencillísimo, y aun vulgar.10”

II
‘Persona’

No para de llover. Insistentemente. Alma (Bibi Andersson) habla y habla y habla. Elisabet Vogler (Liv Ullmann) escucha. Están en el salón de una casa a orillas del mar. Resguardadas. Fuera la noche es translúcida, derramada, de estío sueco. Alma es enfermera y cuida de Elisabet, una célebre actriz que inexplicablemente se ha quedado muda. Beben y fuman de manera distendida…Jamás nadie se ha molestado en escucharme…Creo que eres la primera persona que me está escuchando…¡Es tan agradable hablar! ¡Se siente una tan bien!....Me siento como nunca en mi vida…Monologa Alma. Cómplice, Elisabet sonríe. No dice nada, ha renunciado misteriosamente a la palabra. Pasan al dormitorio. Recostada sobre un sillón, Alma, entregada, relata con detalle un episodio orgiástico en el que fue infiel a su prometido. Liberada de cualquier responsabilidad, disfrutó como nunca. Ahora, rememorando la escena, llora de remordimiento. Su mala conciencia hace que se sienta culpable. Aparentemente su vida es feliz, cree amar con sinceridad a su novio, pero no sabe por qué lo hizo ni por qué se sintió tan bien. ¿Qué pasa con todo aquello en lo que crees? ¿No es necesario? ¿Puedes ser dos personas al mismo tiempo? Quiero decir…Yo en aquel momento era dos personas…¡Dios que tonta soy!...Gimotea mientras se abraza desconsolada a Elisabet. Tras la ventana, amanece.

Esta secuencia epicéntrica de ‘Persona’ (Ingmar Bergman, 1966) es uno de los momentos álgidos de la película. La debilidad de Alma, la cuidadora -dubitativa, joven, insegura-, la va a enfrentar a su cuidada, la experimentada Elisabet, que aun en su enfermedad, tiene la fortaleza de ser dueña de sus actos y mantenerse firme. Esta dicotomía irresoluble, este encuentro entre fuerzas antagónicas pero complementarias, es un sentimiento dual inexplicable que está presente en el trabajo de Javier Roz ya desde el principio. Una dialéctica del enfrentamiento –muy del gusto de Juliao Sarmento o William Kentridge- que, mezclando facetas diferentes para obtener un resultado final congruente, va más allá de la suma de las partes. Versiones homogéneas y unitarias que sintetizan una acumulación bruta, -es decir, en su estado natural-, de significados. Lo expresa muy bien Enrique Castaños Alés: “La estructura compositiva de las piezas de Javier Roz reproducen en cierto modo (…) algo así como el conflicto, el choque entre una cosa y su contraria. Si en uno de los lados de la obra hay un dibujo, una fotografía o una pintura, donde se perciben cosas y objetos, en el otro lado es como si se quitasen esos objetos y cosas, como si se recurriese a la sugerencia, como si hubiese una presencia intangible de lo que queda, de lo que permanece después de haber disuelto la materia y la entidad corpórea de la realidad11”. La polaridad que manifiestan las protagonistas del filme de Bergman se resume, a modo de metáfora sinóptica, en el inquietante plano de las caras solapadas. Mitad de una, mitad de otra. Mitad Alma, mitad Elisabet. No hay una sin la otra. Somos varios al mismo tiempo. Siempre.

Desapariciones, el proyecto que ha preparado ex profeso Javier Roz para el MEIAC de Badajoz, es un binomio escenográfico muy cuidado. De un lado, a oscuras, Desaparecer. En una habitación lindante, Dérive. El haz y el envés, la sombra y la luz. El mundo exterior y el mundo interior comunicados por una arteria abierta. Cada una de las piezas audiovisuales presentadas en la vídeo-instalación, que son de corte intimista y están hechas con medios intencionadamente precarios, relata un único suceso desde diferentes puntos de vista: la desaparición de H., un personaje anónimo, un individuo vaciado de su propia historia (a fin de cuentas, un hombre-masa al modo que lo entiende Ortega y Gasset) que nos muestra su ocultamiento desde dentro y desde fuera. Nos encontramos por un lado con su mirada, supuestamente objetiva, y del otro con la visión plural y disforme de aquellos que le conocieron (es decir, se refieren los acontecimientos vistos por él mismo y por los demás, -justo como también ocurre con una escena de ‘Persona’ que se repite dos veces. Primero observamos en un plano las sufridas reacciones de Elisabet, luego vemos en contraplano los fríos gestos de Alma.-) Los hechos no tienen una única interpretación exclusiva, no se desarrollan nunca de idéntica manera. Dependen de los sentimientos, implicaciones y vivencias de quien los relata o padece. La realidad no se puede conocer de manera unidireccional, no existen las líneas rectas mesurables ni las verdades absolutas. La aprehensión de lo que nos acontece siempre es inevitablemente parcial e interesada.

Estas dos proyecciones reversibles de ida y vuelta, se contrapesan con la imagen lenta y parsimoniosa del lugar cero, un campo de espinas donde nuestro personaje sin identificar, con una cadencia interminable, se pierde en el horizonte. Completa el cuarteto de vídeos una miscelánea de fotogramas fragmentarios rescatadas del imaginario personal del autor (El cine de los hermanos Lumiere o de George Méliès, ‘El Hombre Elefante’ de David Lynch, ‘Dead Man’ de Jim Jarmush, la misma ‘Persona’ de Bergman…). Un compás fílmico presuroso y desbocado. La luz dura, las sombras marcadas, el grano vivo. Ad infinítum.

Dérive, el espacio complementario, es un conjunto con más prosapia. Aposentada en la rudeza cruda de cuatro pizarras –símbolos del aprendizaje y de la desmemoria-, construye un discurso inconcluso que finalmente acaba borrándose. El sonido, persistente, es también parte activa de la instalación. Los objetos olvidados nos hablan de lo que fue, del recuerdo añorante. La belleza fútil del trazo de tiza representa la victoria de las palabras ante la tecnología. Un homenaje al conocimiento que perdura, amparado en el mismo método tradicional, decenio tras decenio. La tosquedad de un medio tan simple, utilizado por siglos por estudiantes de cualquier país y condición en sus primeros años, encierra una maravillosa clave misteriosa: la magia que supone el extraordinario proceso de asimilación que significa adquirir razonamientos lógicos, unas ideas indelebles que desaparecen en la pizarra pero que permanecen por los años en nuestro entendimiento del mundo. Un homenaje a la memoria que subsiste y una advertencia sobre la memoria que se pierde.

“Las cosas desaparecen. Tenemos que darnos prisa si queremos ver algo todavía”, advirtió Paul Cézanne anticipando con su capacidad de abstracción el ojo cinematográfico. Si no somos capaces de captar la esencia, de saber diferenciar, de simplificar, nos engullirá el ritmo de los tiempos y al final no podremos ver nada. La epidemia de invidencia que preconiza José Saramago en ‘Ensayo sobre la ceguera’ es una metáfora del desconocimiento, de cómo la época presente, con sus frenéticas prisas, impide distinguir aquello que es importante. Un mundo invisible para personas que están acostumbrados a mirar pero no ver, a oír pero no escuchar. Un mundo de incomunicaciones y silencios, una caverna platónica sin entrada ni salida. No debemos caer en la torpeza de la comodidad, todavía tenemos opciones válidas para poder enfrentarnos a la oscuridad. Quizás el arte sea la mejor alternativa. El arte entendido como un Speculum Mundi que reflecta con sus posicionamientos las situaciones que nos preocupan. Inquietudes indescifrables que artistas como Javier Roz se afanan en vindicar. “El arte se dirige a todos, con la esperanza de despertar una impresión sentida, de desencadenar una impresión emocional que sea aceptada. No quiere proponer inexorables argumentos racionales a las personas, sino transmitirles una energía espiritual. Y en vez de una base de formación, también en sentido positivista, lo que exige es una experiencia espiritual.12”

Cuando se adentre por los dos espacios que nos presenta Javier Roz en Desapariciones, no busque explicaciones. Quítese el caparazón de la coherencia y déjese llevar por las sensaciones. A lo mejor encuentra nuevas preguntas que le ayudan a respetar las imperfecciones que habitamos.
Sema D’Acosta


NOTAS:


1: Así termina ‘Esperando a Godot’, la obra de teatro más conocida de Samuel Beckett (Tusquet Editores, pg. 155. Barcelona, 2001) Dos vagabundos desharrapados, Vladimir y Estragon, permanecen junto a un camino con la esperanza de que venga Godot, un personaje desconocido y misterioso del que no se sabe nada y que nunca llega a aparecer.


2: Stevenson , Lesley. ‘Gauguin’, pg. 160. Editorial LISBA. Madrid, 1992.


3: Tarkovski, A. ‘Esculpir el tiempo’, pg 59-60. Ediciones RIALP. Madrid, 2002


4: Shakespeare, W. ‘Cuento de Invierno – La Tempestad’, pg. 148. Editorial Planeta. Barcelona, 1984.


5: Calderón de la Barca, P. ‘La vida es sueño’, pg 63. Biblioteca Didáctica Anaya. Madrid, 1991.


6: Versículo del Génesis (3, 19)


7: Pieper, J. ‘La fe ante el reto de la cultura contemporánea’. Editorial Rialp. Madrid, 2000.


8: Carpe Diem. Locución latina acuñada por el poeta Horacio. Carpe diem quam minimum credula postero ‘Aprovecha el día, no confíes en mañana’ (Odas, 11.8)


9:Jiménez, J. Prólogo del libro de Samuel Beckett ‘Fin de Partida’. UNIDAD EDITORIAL. Madrid, 1999.


10: Valverde, J. M. Prólogo del tomo I del ‘Ulises’ de James Joyce. RBA Editores. Barcelona 1995


11: Castaños Alés, E. Catálogo de Javier Roz ‘Lo difícil es hacer las preguntas’. Pg 9. Diputación de Málaga. 2004.


12: Tarkovski, A. Op. Cit. Pg 61.



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