miércoles, 11 de febrero de 2009

Un hombre de fragmentos
"A quien nada intenta silencio y anonimato."
Píndaro

La historia del arte ha viajado siempre entre lo uno y lo diverso, entre la tradición y la subjetividad, pero en los últimos años artistas, críticos y galeristas sólo han prestado interés a la originalidad, la ruptura, el uso de nuevas tecnologías...
Son éstas las únicas premisas que ha de seguir hoy el joven creador para encontrar un lugar en el mundo del arte? Ha de hacerse de cada obra un acontecimiento, como ha denunciado Luis Feito, para poder ser tenida en cuenta?
Me gustaría pensar que no, que son otras las capacidades prioritarias en la formación de un pintor: rigor, curiosidad, desconcierto, rebeldía... es decir, aquellas aptitudes que son fruto de una búsqueda sensible constante, que mira indistintamente al pasado o al futuro.
Con esta convicción me he acercado a la obra del malagueño Javier Roz, en cuyos últimos trabajos observamos esa necesidad de sobrepasar los propios límites y de no conformarse con lo que no ya se sabe hacer.
En una carta reciente declaraba el artista que después de las Series blancas y la Música callada, lo siguiente en su obra hubiese sido el vacío absoluto. Sin embargo, contra todo pronóstico, su producción ha abandonado el intimismo y ha dado preferencia a los aspectos narrativos y a las ideas. El silencio y la quietud reinante en aquellos paisajes en los que el hombre era invisible ahora son voz y movimiento.

Aunque, tal vez, lo más sorprendente de esta metamorfosis sea el hecho de que las representaciones figurativas que Javier incorpora en sus últimas obras no resultan extrañas, parecen haber estado siempre ahí. Como en el caso de La inercia de la ironía (a Cioran) el lienzo abre sus entrañas y nos muestra lo que antes tan sólo intuíamos.
Además, con esta obra Javier Roz nos sitúa en el cruce en que se dan encuentro la literatura y el arte, pues el homenaje a Cioran, anunciado en el título, se convierte en una verdadera semblanza del filósofo, a la manera en la que éste mismo entendía que debía ser una biografía:
... una biografía sólo es legítima si hace evidente la elasticidad de un destino, la suma de variantes que comporta.
Biografía narrada desde una óptica ecléctica y fragmentaria que aúna elementos abstractos y figurativos y en la que se mezclan la subjetividad de la pintura y la ilusoria objetividad fotográfica.
Discurso del azar muy apropiado para contar la vida de alguien que se consideraba a sí mismo un hombre de fragmentos.

Fragmento uno: el reverso de la palabra.
La importancia del título y del significado de su ausencia en cualquier manifestación artística quedan fuera de toda duda. El sincretismo de técnicas, lenguajes y géneros que caracteriza el arte del último siglo ha demostrado que ninguno de los componentes de una obra tiene por qué estar subordinado a los demás. Las palabras no tienen por qué ser consideradas personajes secundarios que entorpezcan la lectura de las imágenes, la obra no es siempre un acertijo.
El título nos pone sobre la pista de las intenciones del artista y del contenido de su composición. Y en este caso concreto nos sitúa frente a frente con una de las obsesiones que marcaron la vida y la obra de Cioran: la ironía.
En términos mecánicos, la inercia es la incapacidad de los cuerpos para cambiar las condiciones de su movimiento. Creo que la inercia de la ironía se refiere a la imposibilidad del escritor rumano de frenar el movimiento, el impulso sarcástico de las palabras.
La Historia es la ironía en marcha, la risotada del espíritu a través de los hombres y los acontecimientos.
Convencido de que el cuerpo del tiempo no se podía restaurar y de que la injusticia no tenía arreglo, Cioran encontró en la ironía la única respuesta ante la muerte y el horror de la Historia. No pretendía con ella resolver la incoherencia del ser humano, sólo combatir a la desesperanza desde su posición estratégica en, lo que Octavio Paz llamó, el reverso de las palabras.
Fragmento dos: la condena.
Continuando con una larga tradición clásica en la que se inscriben autores como Catulo o San Juan de la Cruz, Cioran pensaba que toda vida estaba condenada a la contradicción. La suya, al menos, siempre lo estuvo:
Soy feliz e infeliz a la vez. Estoy exaltado y deprimido, desbordado por el placer y la desesperación en la más contradictoria de las armonías. Estoy tan alegre y tan triste que en mis lágrimas se reflejan el cielo y la tierra al mismo tiempo.
Javier Roz traslada esta condena al lienzo llevando la discordancia a los aspectos compositivos mediante un brillante juego de equilibrios entre orden y caos. De modo que, la serenidad proporcionada por la limpieza de ejecución y por la división en planos horizontales de la estructura queda rota; en primer lugar, por el dinamismo ascendente y azaroso de las salpicaduras y en segundo lugar, por el uso de la veladura, que nos impide distinguir si las figuras emergen o se desvanecen.
Además, cabría destacar también el contraste existente entre la amabilidad de los tonos pastel en la banda superior y la frialdad del blanco en las otras dos, en las que no por casualidad habita el hombre.

Fragmento tres: el hombre y el vacío.
Nadie puede corregir la injusticia de Dios y de los hombres: todo acto no es más que un caso especial, aparentemente organizado, del Caos original. Somos arrastrados por un torbellino que se remonta a la aurora de los tiempos; y si ese torbellino ha tomado el aspecto del orden sólo es para arrastrarnos mejor.
Cioran fue un escéptico, un filósofo de la desesperanza, un gaviero como Macqroll, el personaje de Álvaro Mutis. Con el que compartió la mirada perdida en el horizonte y la exaltación del fracaso de la vida. Ninguno de los dos temía la muerte, pero sí el seguir viviendo y seguir ahondando en el vacío.
Qué alivio, tras haber perdido toda esperanza, poder precipitarnos en lo infinito, sumergirnos con todas nuestras fuerzas en lo ilimitado, participar en la anarquía universal y en las tensiones de ese vértigo…
Para la narración de estos nuevos fragmentos o variantes de la biografía del filósofo, Javier Roz ha utilizado la figura humana:
En el centro del lienzo, el hombre melancólico que se gira hacia la nada y da la espalda a un mundo que no acaba de comprender.
En el lado izquierdo, un rostro, el rostro del propio Cioran... su máscara?
Nosotros nos parapetamos detrás de nuestro rostro: al loco le traiciona el suyo.
Y por último, en la esquina derecha un esqueleto, paradójicamente en movimiento, que en su absoluta desnudez podría intentar simbolizar la verdadera identidad del hombre o su desolación y su dolor o, por qué no, el tránsito de la solitaria muerte hacia la nada.

¡Apágate, apágate breve candela!
La vida es sólo una sombra fugitiva, un mal actor
que, durante un tiempo, se pavonea y se agita por la escena
y luego no se oye nada más: es un cuento
contado por un idiota, lleno de ruido y de furia
que no significa nada.
Macbeth



Ana Santos Payán
Almería, 2002

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